Gertrud Chodziesner murió en un campo de concentración, asesinada en Auschwitz. Su poesía, con un tono onírico, erótico y brutal, fue el producto de una vida íntima (casi secreta) de esfuerzo y compromiso artístico.
Nació en 1894 en un cómodo suburbio berlinés. Fue la primera hija de Elise y Ludwig Chodziesner, un abogado de renombre. A los dieciséis años dejó su hogar y se trasladó a Leipzig para asistir a una escuela de economía doméstica para mujeres. Al terminar, regresó a Berlín e ingresó a una escuela de formación para intérpretes, donde aprendió francés e inglés. Puso estas habilidades en práctica cuando estalló la Primera Guerra Mundial, dado que fue empleada como intérprete en el campo de prisioneros de guerra de Döberitz, en Berlín.
Durante la Primera Guerra Mundial, escribió de manera constante y acumuló un pequeño corpus de poemas, que su padre decidió imprimir de forma privada. Un primer volumen de 72 páginas, titulado Gedichte [Poemas], fue publicado bajo el seudónimo Gertrud Kolmar en 1917.
En 1923, su familia se muda a la zona rural de Finkenkrug. Allí permaneció durante quince años, donde además de educar a niñas y niños discapacitados, su obra empieza a circular. Su madre murió en 1930 y ella permaneció al cuidado de su padre. En 1938, su hermana logró salir de Alemania. Ella también planeaba emigrar, pero decidió quedarse para acompañar y asistir a su padre inválido. Ese mismo año, Erwin Löwe se publicó su libro Die Frau und die Tiere [La mujer y los animales]. Pero después de la Kristallnacht, en noviembre de ese año, todo cambió. Casi todas las copias de su libro fueron destruidas y no llegaron a distribuirse. Bajo las nuevas leyes de propiedad, Gertrud Kolmar y su padre se vieron obligados a vender su casa y mudarse a una Judenhaus [Edificio de viviendas para judíos] en Berlín-Schöneberg.
En La mujer y los animales, Kolmar invoca la condición de extrañeza en el mundo, al mismo tiempo que reverencia las manifestaciones de lo vivo. Sus poemas nos conducen a su refugio interior: mundo liminar entre lo místico-fabuloso y lo íntimo-natural. Sin duda, la frase “sapo de otro pozo” podría definir la voz poética: en su conciencia de ser diferente, el abandono y la soledad; pero también en la complicidad con seres indefensos, marginales (de hecho, el sapo y la rana son unos de los protagonistas de este poemario).
A menudo, las mujeres se ven atrapadas en roles sombríos y sórdidos. En una carta a su hermana Hilde, Gertrud le dice que nunca fue “una única”, sino “siempre la otra”. Los títulos de los poemas, como si fueran arquetipos femeninos (“La abandonada”, “La enferma”, “La mujer sin hijos”), lejos están de expresar el consenso sobre la mujer. Despliegan un relato de contrastes que culminan en una violencia plástica inesperada.
Se ha dicho de ella que es una de las poetas judías más importantes del siglo XX junto con Else Lasker-Schüller. Su obra ha sido admirada por Nelly Sachs, Walter Benjamin (su primo hermano), entre otros. Nos deja un legado poético que puede abordarse desde distintas problemáticas contemporáneas (la crítica feminista, animal, testimonio sobre los días de la ocupación nazi), pero sobre todo, una voz que ya nunca más pasará desapercibida.
Gertrud Chodziesner murió en un campo de concentración, asesinada en Auschwitz. Su poesía, con un tono onírico, erótico y brutal, fue el producto de una vida íntima (casi secreta) de esfuerzo y compromiso artístico.
Nació en 1894 en un cómodo suburbio berlinés. Fue la primera hija de Elise y Ludwig Chodziesner, un abogado de renombre. A los dieciséis años dejó su hogar y se trasladó a Leipzig para asistir a una escuela de economía doméstica para mujeres. Al terminar, regresó a Berlín e ingresó a una escuela de formación para intérpretes, donde aprendió francés e inglés. Puso estas habilidades en práctica cuando estalló la Primera Guerra Mundial, dado que fue empleada como intérprete en el campo de prisioneros de guerra de Döberitz, en Berlín.
Durante la Primera Guerra Mundial, escribió de manera constante y acumuló un pequeño corpus de poemas, que su padre decidió imprimir de forma privada. Un primer volumen de 72 páginas, titulado Gedichte [Poemas], fue publicado bajo el seudónimo Gertrud Kolmar en 1917.
En 1923, su familia se muda a la zona rural de Finkenkrug. Allí permaneció durante quince años, donde además de educar a niñas y niños discapacitados, su obra empieza a circular. Su madre murió en 1930 y ella permaneció al cuidado de su padre. En 1938, su hermana logró salir de Alemania. Ella también planeaba emigrar, pero decidió quedarse para acompañar y asistir a su padre inválido. Ese mismo año, Erwin Löwe se publicó su libro Die Frau und die Tiere [La mujer y los animales]. Pero después de la Kristallnacht, en noviembre de ese año, todo cambió. Casi todas las copias de su libro fueron destruidas y no llegaron a distribuirse. Bajo las nuevas leyes de propiedad, Gertrud Kolmar y su padre se vieron obligados a vender su casa y mudarse a una Judenhaus [Edificio de viviendas para judíos] en Berlín-Schöneberg.
En La mujer y los animales, Kolmar invoca la condición de extrañeza en el mundo, al mismo tiempo que reverencia las manifestaciones de lo vivo. Sus poemas nos conducen a su refugio interior: mundo liminar entre lo místico-fabuloso y lo íntimo-natural. Sin duda, la frase “sapo de otro pozo” podría definir la voz poética: en su conciencia de ser diferente, el abandono y la soledad; pero también en la complicidad con seres indefensos, marginales (de hecho, el sapo y la rana son unos de los protagonistas de este poemario).
A menudo, las mujeres se ven atrapadas en roles sombríos y sórdidos. En una carta a su hermana Hilde, Gertrud le dice que nunca fue “una única”, sino “siempre la otra”. Los títulos de los poemas, como si fueran arquetipos femeninos (“La abandonada”, “La enferma”, “La mujer sin hijos”), lejos están de expresar el consenso sobre la mujer. Despliegan un relato de contrastes que culminan en una violencia plástica inesperada.
Se ha dicho de ella que es una de las poetas judías más importantes del siglo XX junto con Else Lasker-Schüller. Su obra ha sido admirada por Nelly Sachs, Walter Benjamin (su primo hermano), entre otros. Nos deja un legado poético que puede abordarse desde distintas problemáticas contemporáneas (la crítica feminista, animal, testimonio sobre los días de la ocupación nazi), pero sobre todo, una voz que ya nunca más pasará desapercibida.