2024, 96 pp.
isbn: 978-631-90310-4-1
El 18 de agosto del 1787, Goethe le escribe, desde Italia, a Karl L. von Knebel:
Después de ver, en Nápoles y en Sicilia, esas plantas y peces, y si tuviera diez años menos, estaría muy tentado de hacer un viaje a la India, no para descubrir algo nuevo, sino para ver lo que ya descubrí a mi manera.
Estas palabras encierran toda una epistemología. No se trata de descubrir nuevos hechos, sino de abrir nuevas perspectivas, de establecer una forma íntima de comunicación con la naturaleza. Es cierto que el mismo Goethe hizo una serie de descubrimientos científicos específicos, como el del hueso intermaxilar y la teoría de las vértebras del cráneo, pero el hallazgo del ser del organismo [das Wesens des Organismus] fue su revelación más grande, el alma vivificante y unificadora de cualquier descubrimiento o fenómeno individual.
El resultado de sus investigaciones botánicas en Italia y Alemania fue un modesto libro publicado, por primera vez, en 1790 con un título bastante cauteloso: Versuch die Metamorphose der Pflanzen zu erklären [Intento de explicación de la metamorfosis de las plantas], en nuestra traducción, La metamorfosis de las plantas.
Lo significativo de La metamorfosis de las plantas no radica en el descubrimiento del fenómeno particular (por ejemplo, de que la hoja, el cáliz y la corola sean órganos idénticos), sino en la magnífica construcción mental de un todo vivo a partir leyes formativas que interactúan entre sí. Construcción que surge de ese todo y que, desde su interior, determina las etapas individuales del desarrollo.
La grandeza de este pensamiento, que Goethe intentó también aplicar al mundo animal, solo se revela cuando uno intenta plasmarlo mentalmente y volverlo una reflexión. Entonces nos damos cuenta cómo la naturaleza de la planta, al ser traducida a idea, le da vida a un organismo (hasta en sus partes más ínfimas), no como un objeto pasivo y cerrado, sino como un ser en constante movimiento dentro de sí mismo.
Para Goethe, “espíritu y materia, alma y cuerpo, pensamiento y extensión (...), voluntad y movimiento son los ingredientes gemelos necesarios del universo, y lo serán para siempre”.
Para intentar comprender tanto el aspecto material externo como también el interno, ideal o arquetípico del mundo natural, debemos emplear los ojos del cuerpo y los ojos del espíritu, la percepción sensorial como la intuitiva. Goethe estaba impresionado por la proposición de Spinoza de que “cuanto más comprendemos las cosas singulares, más comprendemos a Dios”, y combinó el empirismo riguroso con la imaginación para entender los fenómenos naturales particulares como símbolos concretos de principios universales.
Después de todo, el enfoque científico de Goethe parte de la percepción sensorial para hallar un entendimiento iluminador desde dentro. Esta forma de conocimiento enraíza una armonía entre el espíritu humano y el espíritu de la naturaleza.
2024, 96 pp.
isbn: 978-631-90310-4-1
El 18 de agosto del 1787, Goethe le escribe, desde Italia, a Karl L. von Knebel:
Después de ver, en Nápoles y en Sicilia, esas plantas y peces, y si tuviera diez años menos, estaría muy tentado de hacer un viaje a la India, no para descubrir algo nuevo, sino para ver lo que ya descubrí a mi manera.
Estas palabras encierran toda una epistemología. No se trata de descubrir nuevos hechos, sino de abrir nuevas perspectivas, de establecer una forma íntima de comunicación con la naturaleza. Es cierto que el mismo Goethe hizo una serie de descubrimientos científicos específicos, como el del hueso intermaxilar y la teoría de las vértebras del cráneo, pero el hallazgo del ser del organismo [das Wesens des Organismus] fue su revelación más grande, el alma vivificante y unificadora de cualquier descubrimiento o fenómeno individual.
El resultado de sus investigaciones botánicas en Italia y Alemania fue un modesto libro publicado, por primera vez, en 1790 con un título bastante cauteloso: Versuch die Metamorphose der Pflanzen zu erklären [Intento de explicación de la metamorfosis de las plantas], en nuestra traducción, La metamorfosis de las plantas.
Lo significativo de La metamorfosis de las plantas no radica en el descubrimiento del fenómeno particular (por ejemplo, de que la hoja, el cáliz y la corola sean órganos idénticos), sino en la magnífica construcción mental de un todo vivo a partir leyes formativas que interactúan entre sí. Construcción que surge de ese todo y que, desde su interior, determina las etapas individuales del desarrollo.
La grandeza de este pensamiento, que Goethe intentó también aplicar al mundo animal, solo se revela cuando uno intenta plasmarlo mentalmente y volverlo una reflexión. Entonces nos damos cuenta cómo la naturaleza de la planta, al ser traducida a idea, le da vida a un organismo (hasta en sus partes más ínfimas), no como un objeto pasivo y cerrado, sino como un ser en constante movimiento dentro de sí mismo.
Para Goethe, “espíritu y materia, alma y cuerpo, pensamiento y extensión (...), voluntad y movimiento son los ingredientes gemelos necesarios del universo, y lo serán para siempre”.
Para intentar comprender tanto el aspecto material externo como también el interno, ideal o arquetípico del mundo natural, debemos emplear los ojos del cuerpo y los ojos del espíritu, la percepción sensorial como la intuitiva. Goethe estaba impresionado por la proposición de Spinoza de que “cuanto más comprendemos las cosas singulares, más comprendemos a Dios”, y combinó el empirismo riguroso con la imaginación para entender los fenómenos naturales particulares como símbolos concretos de principios universales.
Después de todo, el enfoque científico de Goethe parte de la percepción sensorial para hallar un entendimiento iluminador desde dentro. Esta forma de conocimiento enraíza una armonía entre el espíritu humano y el espíritu de la naturaleza.